
Hay quien dice que ser periodista es un oficio sin igual y que, por lo tanto, el cierre de un periódico es completamente diferente al cierre de cualquier otra empresa. Quienes así argumentan aseguran que cuando se muere un periódico se acaba también una visión ordenada de la realidad. Lloran por la pluralidad informativa, que queda irremediablemente dañada. Lamentan, autoproclamándose «huérfanos», que todos somos un poco menos libres porque el derecho a expresarnos pierde eso que llaman «un faro».
Si estos días echamos un vistazo a un kiosko, es obvio que tienen algo de razón. Público, el periódico para el que he trabajado más de tres años y medio como corresponsal en Bruselas, distribuyó su número 1.599 el viernes. Fue el último en llegar a los puntos de venta habituales. Su voz honesta, directa y comprometida desaparece de la oferta de prensa escrita, ya que la inmensa mayoría de sus periodistas seremos despedidos. Los responsables de Público, tanto informativos como empresariales, han atribuido el cierre principalmente a la crisis de la prensa de papel, multiplicada por una crisis económica general que ha agudizado la pérdida de ingresos publicitarios.
Sin embargo, la tragedia en poco cambiará la vida de todos esos ciudadanos. Para la mayoría de los lectores, ese sonido más o menos nítido que se apaga en la jungla no la hace menos ruidosa, aunque ahora sea un poco más difícil entenderla. Probablemente el mundo sólo deje de girar para aquellos que teorizan sobre los faros de la libertad, pero principalmente para los profesionales que se enfrentan a la precariedad y el paro. Esa perspectiva, que a muchos nos produce inquietud, es la única tragedia de verdad.

En realidad, hace años que los periódicos dejaron de ser misiones en la vida de un editor y sus vástagos. Hace tiempo que muchos cotizan en bolsa y otros se rigen por exigentes objetivos económicos. Muchas veces, los nuevos intereses son incompatibles con otros beneficios intangibles, como la influencia en beneficio propio o con fines más altruistas. Tampoco es nuevo internet y ya no es el futuro de nada sino el presente de todo. De la mano de la tecnología y su popularización, la libertad de expresión dio un salto de gigante. Los periódicos de toda la vida dejaron de ser el único canal para acceder al demandado cóctel de información, análisis e interpretación. Nada de esto nos coge por sorpresa.
Que los negocios de la prensa tradicional, el cine o las discográficas, no hayan conseguido acomodarse a la nueva realidad no es culpa de la nueva realidad, sino de esos sectores y sus responsables. Pero no se puede culpar por ello a los que, con más o menos aciertos, lo han intentado. No dispararé contra el editor, aunque cuando sucedió todo se encontrase de camino a Beverly Hills, como se ha enfatizado. Se ha dejado voluntariamente muchos millones de su dinero en una empresa que ni era una ONG ni lo pretendía. Sin esa inversión y muchas casualidades, no estaría escribiendo estas líneas. Tampoco tienen gran cosa que ver los poderes públicos que para algunos deberían mantener la prensa. No hay mayor poder público que el del lector que puede permitirse comprar un periódico al día.
Como el diagnóstico está claro, en lugar de lamentarme, daré por triplicado las gracias. A Ignacio Escolar, director fundador, por confiar en mí y por darme pie a luchar por mi hueco. A mis compañeros y jefes, por creer incondicionalmente en lo que estaban haciendo y permitirme aprender de ellos para crecer como periodista. Poco mueve más que una voluntad común al servicio de una causa inteligente. Por último, me siento agradecido a mis compañeros de otros medios en Bruselas, con los que en realidad no se compite, sino que se disfruta. Su solidaridad es poco comparable a la que se vive en otras corresponsalías o ciudades y en los últimos días la he sentido reconfortantemente cerca.
Público ha cerrado con más estruendo, pero como cualquier otra empresa. No ha sido un fracaso, sino una buena idea con un final prematuro. Los que quieran pedir responsabilidades pueden hacerlo a aquellos que deberían haber apostado más por el diario, tanto apoyándolo como altavoz (¿qué fue del centro izquierda y por qué?) como gestionándolo pese al temporal. Para tantos otros, entre los que me incluyo, quedan sobre todo el privilegio profesional y el inmenso aprendizaje. Tras ella podemos ordenar mejor la realidad desde nuestro punto de vista y, quizá pronto, también integrándonos en otros equipos. Tras ella somos humanamente más libres y menos huérfanos. Es un buen equipaje para continuar caminando.
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